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EVOLUCIÓN DE LA CARROCERÍA

EVOLUCIÓN DE LA CARROCERÍA

La floreciente industria de construcción de carruajes y carrocerías, que proveía principalmente a la nobleza y alta burguesía, vivía su edad de oro a lo largo del siglo XIX. En los tempranos años en los que la producción en serie no existía, el revestimiento de los coches impulsados por caballos eran confiados a renombrados maestros carroceros que, junto a carpinteros, herreros, pintores y ebanistas, proporcionaban una gran variedad de modelos adaptados a cada necesidad y al gusto de sus compradores.

La sustitución de la máquina de vapor por el motor de combustión facilitó la aparición del primer automóvil autopropulsado. Los primeros vehículos que fueron dotados de chasis y motor carecían de una carrocería propia, razón por la que fueron estos milenarios artesanos los encargados de instalar los nuevos motores en los coches ya existentes. En los talleres de carrocería se alternaba la producción de coches de tracción animal con los propulsados a motor aplicando incluso las mismas técnicas.

Los chasis independientes eran inicialmente en madera. Los primeros coches “sin caballos” tomaron prestada la arquitectura de los carruajes. Conservan las líneas, los modelos, los materiales e incluso los mismos nombres: berlina (cuatro puertas), coupé (techo rígido, dos puertas), tilbury o roadster (dos puertas, dos plazas, sin capota), tourer (versión cuatro plazas del roadster), landaulette (descapotable parte trasera), sedanca (descapotable sección delantera), cabriolet (descapotable) o limusina (berlina de seis ventanas).

A lo largo de los años veinte las carrocerías abiertas (torpedos) o cerradas se van alejando del estilo de los coches de caballos, aunque conservan los nombres. Los capós se alargan, las líneas se redondean y el metal sustituye a la madera. La evolución técnica y la exigencia de seguridad condicionaría la creación de nuevos modelos.

En la década de los treinta se abandona la construcción del chasis independiente con la aparición de las denominadas carrocerías monocasco. Este cambio revolucionario significaría el ocaso de los grandes carroceros artesanos.

EL ESPÍRITU DEL ÉXTASIS

EL ESPÍRITU DEL ÉXTASIS

Un halo de leyenda envuelve desde hace un siglo a la estatuilla plateada que corona el radiador de los Rolls-Royce. Conocida por los nombres de “Espíritu del Éxtasis”, “Dama Alada” o “Dama de Plata”, la que ha sido aclamada como la más bella figura que haya lucido nunca en un coche, representa a una joven inclinada hacia delante que extiende sus brazos hacia atrás, mientras que los pliegues de su túnica diáfana, envueltos por el viento, evocan la forma de unas alas.

La obra debía simbolizar “el espíritu del Rolls-Royce: la velocidad y el silencio, la ausencia de vibraciones, la misteriosa alianza de una gran energía con la suprema gracia de un bello organismo viviente” –según palabras de Claude Johnson, gerente de Rolls-Royce- inspirado en la mítica belleza de la diosa Niké, encarnada en La Victoria de Samotracia exhibida en el museo del Louvre, en París.

La casa Rolls-Royce no seguía la tendencia, adoptada por los fabricantes de coches de lujo, de coronar los radiadores de los coches con una mascota como distintivo, lo cual daba pie a que algunos clientes adoptaran como tal ornamentos inconvenientes o contrarios al buen gusto, mientras que otros reclamaban un emblema representativo del prestigio de tan lujosa marca. Claude Johnson –calificado como el guión de unión entre Rolls y Royce- vino a paliar la situación encomendando al escultor modernista inglés Charles Robinson Sykes la producción de una estatuilla que ornara el radiador.

Un personaje muy allegado a la casa Rolls-Royce -Lord Montagu, segundo barón de Beaulieu- fue el primero en lucir en el capó de su Silver Ghost una estatuilla firmada por Sykes. Influyente impulsor del automovilismo por su condición de parlamentario y editor de la revista “Cars Illustrated”, Lord Montagu había encargado en 1910 a su amigo e ilustrador habitual el diseño de una estatuilla inspirada en la figura de la modelo y actriz británica Eleanor Velasco Thorton, que unía a su condición de secretaria la de ser amante del barón. Apodada como “The Whisper” (El Susurro), la estatuilla representa a una joven con las ropas desplegadas al viento que posa un dedo en sus labios como-según se cuenta- símbolo de sus amoríos secretos.

Su sucesora, “El Espíritu del Éxtasis”, debe su nombre a Claude Johnson, que en una carta describía el modo en que el artista había logrado transmitir “el espíritu del éxtasis, que ha elegido el viaje en carretera como delicia suprema, tomando acomodo en la proa de un Rolls-Royce para sentir la frescura del aire y el revoloteo de sus ropas… manifestando su alborozo con los brazos abandonados y la mirada fijada en la distancia”.

La firma de Sykes –presente en la base de todas las estatuillas- luciría en los Rolls-Royce desde 1911, pero aún había que esperar nueve años a que fueran incorporadas en serie.

La modelo que inspiró uno de los símbolos más identificables de nuestra época, no llegó a ver su nombre unido para siempre en la historia del automóvil. Durante la Gran Guerra, Lord Montagu se hizo acompañar por Eleanor en un viaje a la India a bordo del barco “SS Persia”, que fue torpedeado por un submarino alemán el 30 de diciembre de 1919 en las costas de Creta. El barón sobrevivió, pero la musa de Rolls-Royce desaparecería en el mar cuatro años después de haber ofrecido su imagen a la ninfa alada.