La colección de coches que alberga Torre Loizaga se reparte en seis pabellones y cuenta con unas 75 piezas, de las cuales 45 son Rolls-Royce. El primero de los pabellones está, situado justo a la entrada del recinto, y reúne algunos coches de comienzos del siglo XX y también alguna carroza previa a la existencia de vehículos a motor. Destacan a la entrada los coches que hacían la competencia a Rolls-Royce, como el italiano Isotta Fraschini, el francés Delaunay Belleville, el favorito de los zares y el español Hispano-Suiza, al que el rey Alfonso XIII dio nombre a un modelo.
Los carruajes, carroza y diligencia expuestos en la sala son los ancestros de los centenarios Peugeot, Gladiator y Renault, fabricados por los mismos carroceros que se reconvirtieron para diseñar “coches sin caballos”, propulsados por la gasolina que acabó ganando la batalla al coche eléctrico gracias a la incipiente explotación de los pozos petrolíferos. Concebidos inicialmente como objetos de lujo, se hizo accesible a un mercado más amplio gracias a la iniciativa de Henry Ford, cuyo modelo Ford T fue el primero en ser fabricado en una cadena de montaje.
En los años veinte la industria carrocera inspiró el estreno de los concursos de elegancia y de automóviles, en los que las actrices más célebres vestían sus fabulosos vestidos a bordo de soberbios coches. Por otro lado, las informales carreras organizadas a finales del siglo XIX desembocaron en la competición del Grand Prix, precursor del Premio Fórmula I, donde las marcas se jugaban su prestigio poniendo a prueba los avances técnicos de los vehículos.
