La palabra de origen francés “Chauffeur” o calentador se destinaba tanto al personal encargado de mantener el fuego en las locomotoras de vapor como al que debía arrancar los motores de los primeros coches de vapor. Hoy su uso se asocia a la actividad profesional y a los conductores de coches de lujo y limusinas.
Los primeros Rolls-Royce eran muy sofisticados y complicados de conducir y a menudo los chóferes no cumplían las expectativas. En 1922 la firma decidió establecer en exclusiva una Escuela de Chóferes, cuya instrucción incluía mantenimiento, mecánica, maniobrabilidad, seguridad, primeros auxilios, normas de etiqueta y ejercicios especiales de conducción en condiciones adversas. La casa ofrecía además un servicio regular de técnicos dispuestos a acudir allí donde se encontrara el cliente.
El canon de que un Rolls-Royce no debe ser conducido por el propietario ha mantenido vigente esta tradición como testimonio de la calidad y profesionalidad de los cursos. Éstos incluyen una guía de entrenamiento editada por la firma que recoge todo lo que un buen chófer debe conocer, centrándose en aspectos tales como la apariencia personal y del coche, etiqueta y uniforme, educación y puntualidad o de cómo manejar el equipaje en una estación.
Se asegura que uno de los ejercicios de la escuela consiste en colocar unas copas de champán en las bandejas traseras y circular a toda velocidad. El objetivo se centra en no derramar ninguna gota de las copas, so pena de no obtener el diploma.
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